domingo, 10 de noviembre de 2013

Sabemos a donde vamos


"Disculpen, creo que se están equivocando, éste es el que va a Tirana" nos dijo el conductor del autobús. Y no, no nos estábamos equivocando nos dirigíamos a la capital de Albania como una etapa más de un recorrido que nos permitiría conocer la costa adriática de los Balcanes. El caso es que era muy inverosímil para la tripulación y los pasajeros habituales de aquella ruta, que unos españoles quisiesen ir a su país y de ahí suponían que estábamos errando. Quizás algo errantes si que éramos, no sabíamos muy bien que íbamos a encontrar en Albania pero sin embargo allí nos dirigíamos. 
Una vez me senté en el asiento el tipo que iba en el asiento de delante se giró a hablarme poniéndose de rodillas sobre su asiento y apoyando sus brazos en el reposacabezas. "¿Qué se le ha perdido a un español en Albania?" me preguntó, la verdad no lo sabía iba a Albania porque nunca había estado allí, a ver mundo quizás, vivir experiencias, conocer gente… No es por eso por lo que se viaja? el hombre no era muy mayor, pero su cara alargada y huesuda le hacía parecer más viejo. Pensé en la gente que iba en ese autobús, todos albaneses (excepto nosotros), ningún griego a bordo. Gente bastante humilde, de un pueblo del que según se dice es el más antiguo de Europa; atrapado entre imperios, guerras de religión y caciques pseudosocialistas que les había convertido en el país más pobre del continente y para el que incluso la ahogada economía griega era un flotador al que agarrarse.

Recuerdos

lunes, 9 de septiembre de 2013

Santiago


No se como llegué a conocerle, si fue en un bar o en plena calle. Me parece que llegué a tomar contacto con él a través de Fran, un chico cacereño que conocí a través de mi compañera de piso y que a su vez se había cruzado con él en un vagón de un tren en la vecina Bulgaria. Sabía reconocer el país de procedencia de la gente con un vistazo, por todo lo que había viajado a lo largo de su vida, tenía un buen ojo pare eso y de ahí supo reconocer de entre la multitud a Fran, con el que acabó charlando. Y además hablaba más bien multitud de lenguas, o por lo menos diríamos que se hace entender en ellas como esa gente itinerante que se pasa la vida en busca de un trabajo o un lugar donde echar raíces. La gente que lo conoció un poco más me hablaba de sus movidas y de como estaba bastante desarraigado de todo y de todos, quizás sea el problema de los viajeros, no? el nunca saber cuando estás viajando y cuando estás en casa. De todos modos yo debía hospedarle en mi casa, o mi casa de aquel momento, pero creo que al final encontró otra casa (o lugar donde pasar la noche) de alguna mujer que se cruzaría en su camino. Éste chico de alguna manera desprendía un halo de atracción entre las personas en general y entre el genero femenino en particular. Recuerdo como era un tipo muy alto y además de eso, era bastante ancho de espaldas aunque delgado. Si hubiera que describir su aspecto podría decirse que era desaliñado, o al menos no se preocupaba demasiado por él. Tenía una larga cabellera que ataba con una goma a una altura muy baja. Tenía también una larga barba oscura, como un monje ortodoxo, o como aquellos revolucionarios que habíamos visto a menudo en viejas fotografías y que querían cambiar el mundo. Vestía de la manera en que la vida le permitía, ya que obtenía su ropa de centros de acogida, regalos, casas "okupadas" o de la misma calle. De esta manera podría decirse que vestía de una manera muy casual, combinando prendas con colores o estilos muy dispares. No se podía permitir el lujo de escoger sus cosas y a veces se le podía ver pasear por la calle con unas zapatillas de goma mucho más pequeñas que su gran pie. Tenía multitud de tatuajes por todo su cuerpo como cicatrices que dejan las batallas, pero quizás el que llamaba más la atención era el de una gran cremallera que bajaba desde su nuca hasta la parte baja de su espalda como si su cuerpo fuese solamente un disfraz irreal para alguien que habita en su interior. En el tiempo que estuvo en Thessaloniki congenió bastante bien con todo el mundo, casi siempre intentando mantenerse en un segundo plano del que apenas salía para lanzar comentarios u observaciones de los que se desprendía como mínimo experiencia y si me apuráis una cierta sabieza no como la de los ancianos, si no como la de alguien que ha tenido que levantarse numerosas veces de sus caídas. 


Gente de aquí y de allá

jueves, 5 de septiembre de 2013

Sensaciones y ambientes similares


He tomado un café esta tarde en una tetería del centro que no conocía y me ha recordado extrañamente a un viejo bar en el que estuve hace años en Bulgaria. Y no se bien porqué, porque quizás si en un hipotético caso lográsemos ponerlos uno al lado del otro no tuvieran tantas similitudes, pero más allá de eso ha sido una cierta sensación. Y las sensaciones también hacen que un lugar pueda parecerse a otro.

Recuerdo como aquel bar en Bulgaria, en la ciudad de Plovdiv concretamente, era más parecido a un centro clandestino que a otra cosa. Habíamos llegado allí tras unas indicaciones de una chica búlgara con la que habíamos tomado algo (mucho) de vodka. La chica tenía la particularidad de tener una bicicleta forrada con papel de periódico, un periódico en el que aparecía el Dalai Lama, así esta chica mística tendría una guía adicional en sus pedaleos. Y una vez tuvo el pedal adecuado se marchó a su casa y ya que cerraban el garito donde estábamos nos dio las indicaciones de lo que parecía era el último bar abierto en la zona. Casi sin luz y con cierto aspecto de un taller o antiguo garaje o incluso un establo, parecía cualquier cosa antes que un bar. Y no había ningún cartel en la entrada ni en el gran portón, cerrado por otra parte, que pudiese atestiguar lo que había allí dentro que dicho sea de paso no era otra cosa que unas pocas mesas de todas formas y tamaños en las que la gente de lo más variopinto parecía acabar la noche. Recuerdo como un gran agujero en el alto techo dejaba caer el agua de la lluvia que de manera intermitente había estado cayendo durante el día. Esto provocaba que hubiera un gran charco en el centro del garito y las mesas se habían apartado hacia las paredes dejando en el centro una improvisada pista de baile encharcada. Había música aunque no recuerdo exactamente que sonaba, nadie prestaba demasiada atención a las canciones que se sucedían. Había alguna pareja aquí y allá, algún grupo de amigos en algún rincón más oscuro, y otras pocas mesas vacías. Fuimos a pedir unas cervezas en algo que parecía una barra y nos sentamos en una mesa alargada del fondo, allí había sentados también unos chicos griegos con los que estuvimos charlando un rato. Todo el mundo allí parecía huir de algo por el aspecto que tenían, pero quizás, no eran las personas si no el lugar y el ambiente de aquel sitio.

Recuerdos 

domingo, 14 de abril de 2013

Confesiones de resaca



"Soy la amante del carnicero!" gritó la dueña del albergue a la vez como poseída por un ataque de sinceridad a la vez que mi colega y yo nos mirábamos en una mezcla de sorpresa y extrañeza. Recordemos que esa chica era una joven alemana que cansada de estudiar y sin un rumbo aparente en su vida cogió sus ahorros y se fue a la Patagonia argentina donde compró un albergue y cambió su vida de ciudad por un ambiente mochilero alejada de casi todo. 

Después de tal declaración o confesión según se mire (aunque no le vimos ni un ápice de culpabilidad por ser "la otra", para la familia del carnicero del pueblo), se hizo el silencio en el pequeño saloncito, aunque eso no fue nada difícil ya que estábamos los tres solos, al no decir nada y sonreirle ella se sintió con más valor, y empezó a contarnos una rocambolesca historia narrando la fiesta de la noche anterior.

Resulta que había bebido demasiado alcohol y había esnifado algo (quien sabe cuanto) de cocaína. La fiesta se acabó pero una vez de vuelta no podía dormir y tumbada en su cama notaba como los pies le bailaban solos por su cuenta así que ante tal nivel de energía salió a la calle que ya había amanecido hacia un rato y se fue a la carnicería del susodicho amante. Una vez allí con toda la clientela habitual ella seguía sin poder parar de cantar y bailar, hasta que el carnicero educadamente la echó del local. Así acabó de explicar la historia y ella sentía que se había acabado su "affaire" con su amante, y por ello nos pedía consejo.

Que le íbamos a decir a aquella muchacha, que la habíamos conocido dos noches atrás, y lo primero que nos había dicho era (y es totalmente cierto): "Chicos quedense en mi albergue que necesito buena onda, y nos fumamos unos porros, invito yo!".


Recuerdos

viernes, 5 de abril de 2013

Los árboles nos miran





Rodos





Hay quien dice que hay que ser discretos, que las paredes tienen oídos. Nunca me creen cuando les cuento que por tierras lejanas llegué a conocer hasta árboles con ojos.

Recuerdos