domingo, 14 de abril de 2013

Confesiones de resaca



"Soy la amante del carnicero!" gritó la dueña del albergue a la vez como poseída por un ataque de sinceridad a la vez que mi colega y yo nos mirábamos en una mezcla de sorpresa y extrañeza. Recordemos que esa chica era una joven alemana que cansada de estudiar y sin un rumbo aparente en su vida cogió sus ahorros y se fue a la Patagonia argentina donde compró un albergue y cambió su vida de ciudad por un ambiente mochilero alejada de casi todo. 

Después de tal declaración o confesión según se mire (aunque no le vimos ni un ápice de culpabilidad por ser "la otra", para la familia del carnicero del pueblo), se hizo el silencio en el pequeño saloncito, aunque eso no fue nada difícil ya que estábamos los tres solos, al no decir nada y sonreirle ella se sintió con más valor, y empezó a contarnos una rocambolesca historia narrando la fiesta de la noche anterior.

Resulta que había bebido demasiado alcohol y había esnifado algo (quien sabe cuanto) de cocaína. La fiesta se acabó pero una vez de vuelta no podía dormir y tumbada en su cama notaba como los pies le bailaban solos por su cuenta así que ante tal nivel de energía salió a la calle que ya había amanecido hacia un rato y se fue a la carnicería del susodicho amante. Una vez allí con toda la clientela habitual ella seguía sin poder parar de cantar y bailar, hasta que el carnicero educadamente la echó del local. Así acabó de explicar la historia y ella sentía que se había acabado su "affaire" con su amante, y por ello nos pedía consejo.

Que le íbamos a decir a aquella muchacha, que la habíamos conocido dos noches atrás, y lo primero que nos había dicho era (y es totalmente cierto): "Chicos quedense en mi albergue que necesito buena onda, y nos fumamos unos porros, invito yo!".


Recuerdos

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