lunes, 9 de septiembre de 2013

Santiago


No se como llegué a conocerle, si fue en un bar o en plena calle. Me parece que llegué a tomar contacto con él a través de Fran, un chico cacereño que conocí a través de mi compañera de piso y que a su vez se había cruzado con él en un vagón de un tren en la vecina Bulgaria. Sabía reconocer el país de procedencia de la gente con un vistazo, por todo lo que había viajado a lo largo de su vida, tenía un buen ojo pare eso y de ahí supo reconocer de entre la multitud a Fran, con el que acabó charlando. Y además hablaba más bien multitud de lenguas, o por lo menos diríamos que se hace entender en ellas como esa gente itinerante que se pasa la vida en busca de un trabajo o un lugar donde echar raíces. La gente que lo conoció un poco más me hablaba de sus movidas y de como estaba bastante desarraigado de todo y de todos, quizás sea el problema de los viajeros, no? el nunca saber cuando estás viajando y cuando estás en casa. De todos modos yo debía hospedarle en mi casa, o mi casa de aquel momento, pero creo que al final encontró otra casa (o lugar donde pasar la noche) de alguna mujer que se cruzaría en su camino. Éste chico de alguna manera desprendía un halo de atracción entre las personas en general y entre el genero femenino en particular. Recuerdo como era un tipo muy alto y además de eso, era bastante ancho de espaldas aunque delgado. Si hubiera que describir su aspecto podría decirse que era desaliñado, o al menos no se preocupaba demasiado por él. Tenía una larga cabellera que ataba con una goma a una altura muy baja. Tenía también una larga barba oscura, como un monje ortodoxo, o como aquellos revolucionarios que habíamos visto a menudo en viejas fotografías y que querían cambiar el mundo. Vestía de la manera en que la vida le permitía, ya que obtenía su ropa de centros de acogida, regalos, casas "okupadas" o de la misma calle. De esta manera podría decirse que vestía de una manera muy casual, combinando prendas con colores o estilos muy dispares. No se podía permitir el lujo de escoger sus cosas y a veces se le podía ver pasear por la calle con unas zapatillas de goma mucho más pequeñas que su gran pie. Tenía multitud de tatuajes por todo su cuerpo como cicatrices que dejan las batallas, pero quizás el que llamaba más la atención era el de una gran cremallera que bajaba desde su nuca hasta la parte baja de su espalda como si su cuerpo fuese solamente un disfraz irreal para alguien que habita en su interior. En el tiempo que estuvo en Thessaloniki congenió bastante bien con todo el mundo, casi siempre intentando mantenerse en un segundo plano del que apenas salía para lanzar comentarios u observaciones de los que se desprendía como mínimo experiencia y si me apuráis una cierta sabieza no como la de los ancianos, si no como la de alguien que ha tenido que levantarse numerosas veces de sus caídas. 


Gente de aquí y de allá

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